Ernesto Che Guevara. ndice e Introducción a un libro publicado por Ocean Sur y el Centro de Estudios Che Guevara
Este libro, compilado por María del Carmen Ariet, Coordinadora Científica del Centro de Estudios Che Guevara, forma parte de la Colección Vidas Rebeldes de la editorial Ocean Sur
—FIDEL CASTRO
En estas páginas, de la mano de la rebeldía guevariana, inseparable de cada instante de su vida y su obra, el lector puede recorrer, primero con Ernesto, después con el Che convertido en uno y él mismo, etapas decisivas de su desarrollo intelectual y revolucionario.
Che permanecerá no solo en la memoria histórica, Che ocupa un espacio sin par en las luchas y en las nuevas conquistas que se avecinan, en las cuales su proyecto de cambio deviene estrategia revolucionaria.
CONTENIDO
Introducción: Che Guevara: el condotieri del siglo XX
• De la juventud: «…una voluntad pulida con delectación de artista»
• De la lucha: «…sentir en lo más hondo cualquier injusticia»
• De la Revolución cubana y la construcción socialista: «Nuestro sacrificio es consciente»
• Del internacionalismo: «Mis sueños no tendrán fronteras»
Cronología
Bibliografía de y sobre el Che Guevara
Primera parte: de la juventud
Recorrido por el interior de Argentina (1950)
Selección de crónicas del primer viaje por América Latina (1952)
• Entendámonos
• La sonrisa de La Gioconda
• Esta vez, fracaso
• El día de San Guevara
Cartas a la familia en el segundo viaje por América Latina (1952-1956)
• 12 de febrero de 1954
• Abril de 1954
• Finales de 1954
• 15 de julio de 1956
Segunda parte: de la lucha
Una revolución que comienza
Entrevista de Jorge Ricardo Masetti al Che en la Sierra Maestra (1957)
Semblanzas
• Ciro Redondo
• Lidia y Clodomira
Tercera parte: de la Revolución cubana
Retos de la transición socialista
• Notas para el estudio de la ideología de la Revolución cubana
• Algunas reflexiones sobre la transición socialista
• Reunión bimestral en el Ministerio de Industrias
Política Exterior
• América desde el balcón afroasiático
• Cuba: ¿Excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista?
• Discurso y contrarréplica en Naciones Unidas
• Discurso en Argelia
Cuarta parte: del internacionalismo
Cartas de despedida
• Sus hijos
• Sus padres
• Fidel Castro
Carta a Armando Hart
La Piedra
Crear dos, tres… muchos Vietnam, esa es la consigna (Mensaje a la Tricontinental)
Comunicado no. 4 al pueblo boliviano
Comunicado no. 5 a los mineros de Bolivia
Quinta parte: de los sueños
Poesía de despedida
Para los adolescentes y jóvenes del mundo que han encontrado en la «vida rebelde del Che» un símbolo de inconformismo, explica, en parte, el por qué juntos marchan en múltiples manifestaciones de lucha contra los poderes hegemónicos. Pudieran ser razones suficientes para que cada vez sea más importante meditar sobre cuál es el verdadero alcance de esa rebeldía, cómo se percibe y de qué forma se refleja el sentido de la misma, sobre todo porque es desde esa mirada que ha llegado a convertirse en una representación compartida por muchos y que identifica a generaciones —sin que medie el tiempo transcurrido—, como criterio de su personalidad y por haberse asumido, también, como icono de los años 60 y como aglutinador de movimientos revolucionarios y sociales.
De ahí, que resulte imprescindible formularse algunas interrogantes sobre el por qué y el para qué de esa «rebeldía», con el propósito de compartir entre todos el conocimiento de su real significado, corroborar la coherencia que se siente cuando hurgamos en su yo interior y en la consistencia que demuestran sus primeros brotes de inconformidad hacia el entorno en su primera juventud, que se expresa por medio de una rebeldía individual y trasgresora, como especie de una armazón construida desde el desconcierto y la insatisfacción, y cómo por esas mismas razones va tomado cuerpo una rebeldía más escrutadora de lo social, hasta convertirse no solo en pautas de su actuar, sino en esencias intrínsecas de su compromiso posterior con la humanidad.
Qué cúmulo de fuerzas y razones llegó a atesorar, cuando en carta íntima a su esposa Aleida, después de la contienda del Congo en 1965 y sus primeras sendas en Bolivia, le confiara que «si llego a destino cuando lo sepan, harán todo por ahogar la cosa en germen…».[1]
Sin dudas, nadie más preparado que él para aquilatar en ese ciclo tan vital y definitorio de su existencia, la dimensión de sus afanes y cuánto el esfuerzo realizado para reafirmar convicciones y decisiones puestas a prueba en años en que, sin extenderse mucho en el tiempo, fueron suficientes para estremecer conciencias.
Ese halo que emana de su coraje y ejemplo, para algunos místico y simbólico, cautivante para muchos jóvenes soñadores y románticos, es lo que les llega del Che en forma espontánea, sin necesidad de recurrir a grandes análisis conceptuales y teóricos, con la virtud de la pureza y la ingenuidad propia de quienes lo enarbolan. Sin embargo, a la par de la bondad que se desprende de esas creencias, se hace necesario discurrir en torno a los modos y maneras de obrar que desde su adolescencia guiaron sus pasos y que caracterizaron, por su consistencia y cohesión, un quehacer teórico creador y multifacético, pilares imprescindibles para cualquiera que desde su juventud se sienta imbuido de su ideal y de su constancia, sin banalidades ni falsas alegorías.
Para los jóvenes, en primera instancia, está pensada la selección que se pone en sus manos y que les permitirá un acercamiento más integral y cercano desde su palabra misma, siguiendo las etapas más significativas de su vida, las que al final conducen a demostrar cómo en realidad actuó y pensó a lo largo de su existencia, y contenida en sus propias autovaloraciones, como se advierte en la carta citada con anterioridad: «Me he acostumbrado tanto a leer y estudiar que es una segunda naturaleza y hace más grande el contraste con mi aventurerismo.»[2]
Cuánto de verdad encierra la palabra «aventura», tan utilizada desde siempre por el Che y tan manipulada por sus detractores y destacada como un componente peyorativo, cuando de manera irrevocable la empleó para definir y definirse a sí mismo en circunstancias trascendentes de su vida: «Muchos me dirán aventurero, y lo soy, solo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.»[3]
Desde la rebeldía y la aventura guevarianas, devueltas en páginas de vida y obra, escritas en etapas ineludibles, se puede atravesar, primero con Ernesto, después con el Che convertido en uno y el mismo, etapas decisivos de su desarrollo intelectual y revolucionario y que marcan las pautas de las reveladoras páginas que legara para todos los tiempos.
De la juventud: «…una voluntad pulida con delectación de artista»
Desde el propio 14 de junio de 1928, fecha de su nacimiento en la ciudad de Rosario, Argentina, su país natal, la impaciencia fue el signo que lo caracterizaría. De un alumbramiento a realizarse en Buenos Aires como era el deseo de sus padres, el primogénito del matrimonio Guevara y de la Serna, como premonición de un futuro en ciernes, llega para cambiar los planes idealizados.
Esa señal y a la vez significado, más allá de dudas mal intencionadas y manipuladas en torno a la fecha de su natalicio, será una constante en la familia, porque a la impaciencia del niño se le suma más tarde el asma como compañera inseparable a lo largo de toda su existencia, la que con el mismo ímpetu que naciera, así de modo férreo y agresivo, convivió, para insuflarle no el aire que tanto necesitaban sus pulmones, sino una voluntad y tesón que marcan el camino de sus «conscientes aventuras».
Como una casa nómada, en busca de aire puro para el niño y en constante bregar, peregrina la familia hasta asentarse en Alta Gracia, lugar de esparcimiento y especie de sanatorio natural de la provincia de Córdoba. Sin sospecharlo siquiera, la benevolencia del entorno se conjuró para ofrecerles una larga estadía, primero en Alta Gracia, para seguirle después la capital de provincia, ambos lugares influyentes y forjadores de la personalidad y determinación del joven Ernesto.
La imaginación resulta en extremo fértil para cualquiera que visite esos parajes e intente visualizar las ansias de búsquedas, aventuras y las primeras rebeldías del niño, del adolescente y del joven. Sin embargo, las intenciones que se desean trasmitir se mezclan todas ellas devueltas en páginas escritas, en su casi totalidad sin pretensiones mayores por parte de quien las escribe, pero que denotan un espíritu inquisitivo, tanto en el plano intelectual como en el práctico y que van proporcionando pautas para interpretar y a la vez comprender, con mayor objetividad y precisión, sus posteriores pasos.
Sus cuadernos de época hablan por sí solos de la vasta cultura que llegó a acumular desde su adolescencia, sobre todo por la amplitud de sus lecturas y disímiles materias, colocándose en una posición ventajosa respecto al resto de sus condiscípulos. Es este un aspecto interesante, quizás por lo espontáneo y casi natural, pero que sin dudas va marcando patrones distintivos y constantes de toda su trayectoria intelectual, y que afloran en esa época.
La prioridad o un orden preestablecido en esa etapa formativa, tan importante para su futuro, se hace en extremo muy difícil de delinear como muy específico —quizás sí, como asombroso—, porque posee la cualidad de permanecer inalterable en su adultez, al formar una simbiosis que denotan los signos y ejes imprescindibles para comprender y penetrar no solo en sus ansias de conocimiento, sino por encima de todo en la traducción y desempeño que cobran en su travesía como revolucionario, los que sobresalen como parte de sus cualidades más singulares: coherencia, creatividad teórica y valentía para enfrentar y defender sus creencias y actuaciones.
De la literatura universal e hispanoamericana al estudio de la filosofía toda —heterodoxa y ecléctica como así mismo la juzgara—, surge la necesidad imperiosa de pasar a vivencias directas por medio de viajes que en esos tiempos los consideraba como de aproximación a su entorno.
Si sobresalientes resultan sus esfuerzos por hacerse de una cultura amplia e ilustrativa y que contribuyera a ampliar sus horizontes más allá de simples deducciones y placeres, la dimensión privilegiada que ocupan sus recorridos por el interior de Argentina y más tarde por América Latina, otra vez conducen, tal fue su decisión, al «aventurero y al rebelde, solo que de otro tipo».
Abundantes han sido las páginas escritas sobre el comportamiento de su primera juventud, las unas resaltando sus cualidades y las menos con posiciones equívocas. De todas, existe una verdad no imputable y es la referida al largo tiempo que permanecieron parte de los documentos a los que se ha hecho referencia sin publicarse, y a otros que aun faltan por editarse.
La convicción que brota de esas páginas, como parte de una memoria viva, acercan al lector a las claves y pilares del esqueleto que con posterioridad conformara su armadura toda y donde se advierten los signos en los que se asientan su incurable rebeldía y su incesante indagación para encontrar sus verdades, devueltas en lucha contra la injusticia, la entrega por el bien del hombre y por alcanzar una América unida, en su ya afianzado latinoamericanismo.
Después de aquilatar el potencial inmenso y subyugante que encierra su «mayúscula América», sus enormes contradicciones y sus posibles cambios, se impuso consecuentemente construirse una «aventura mayor» por medio de las armas con las que se había medido y puesto a prueba: el estudio profundo y la práctica revolucionaria. El primero, a través de la filosofía, pero esta vez con un nombre definitivo, el marxismo, como el instrumento sustancial para encontrar verdades ocultas y posibles soluciones; el segundo, el camino a la revolución, sustentado por el primero, pero a la vez preñado de incertidumbres y de grandes batallas por librar que le sacarían los demonios de la rebeldía emergiendo como su razón de ser: «…América será el teatro de mis aventuras con carácter mucho más importante que lo que hubiera creído; realmente creo haber llegado a comprenderla y me siento americano con un carácter distintivo de cualquier otro pueblo de la tierra».[4]
Desde lo inmenso de su yo más profundo se sellaba la partida: su entrega a la humanidad, al rescate pleno del hombre y a la lucha para conquistar el porvenir de nuestra América.
De la lucha: «…sentir en lo más hondo cualquier injusticia»
La relevancia que distingue el tránsito de la formación intelectual y política del joven Ernesto a una plena maduración transcurre en apenas 15 años, derivada de una permanente acumulación de experiencias políticas, muchas de las cuales lo condujeron a reflexiones que lo guiarían por entero a la lucha política.
El «vagar sin rumbo» como calificara el inicio de su primer viaje por el continente en 1951, medio linyera[5] y envuelto en aventuras sorprendentes, lo tomaron de improviso cuando se vio rodeado de una mar de confusiones y en la necesidad obligada de mirar, no como un simple viajero que de pronto se percata que el mundo al que debía pertenecer le resulta desconocido y desconcertante por los muchos problemas que encontraba a su paso, sino sobre todo porque esos problemas, a simple vista, no obedecían a caprichos o desidias de sus pobladores.
Ese primer impacto, entre hechos y circunstancias, se manifiesta con singular particularidad en la apropiación que asumió del pensamiento filosófico, y en particular de la asunción paulatina que experimenta con el marxismo como teoría certera para desentrañar «los males de América». De manera espontánea se enlazan la teoría y la práctica y advierte que ambas lo impelen al vértice de un camino que hasta esos momentos no había asumido con total conciencia, pero que desde ya actuarían y se comportarían como imprescindibles en cualquier acción y circunstancia en que le tocara desenvolverse. Esa unidad entre pensamiento y acción conforman el centro de su obra y modelan el espíritu de compromiso que adquiere en la lucha política a lo largo de su trayecto revolucionario. Es la filosofía de la praxis que, al igual que Marx, abogaba por una plena acción humana capaz de revolucionar la existencia y transformar las conciencias, aun cuando no hubiera experimentado la extensión de esas concepciones.
Aunque sus ímpetus eran inmensos en esos años de revolucionario incipiente, su peculiar forma de asimilar y a la vez de asumir los cambios que pensaba debían sucederse, contribuyeron a acelerar el proceso y a catapultarlo a la búsqueda de experiencias concretas. Ya para ese entonces la «aventura» de convertirse en un «verdadero revolucionario» como confesara en carta a su familia en el trayecto de su segundo viaje por Latinoamérica en 1953, poseía el sesgo de la enseñanza recibida en sus recorridos por el continente, y más importante aun, las vivencias de los procesos revolucionarios más radicales e influyentes que habían tenido lugar en el continente en esos años: la revolución boliviana y la revolución guatemalteca.
Ambos procesos, desde sus imprecisiones el primero y desde sus cualidades valuadas por el propio Ernesto, el segundo, le ofrecieron una visión conjugada de cómo debía procederse si en verdad se estaba dispuesto a transformar esas estructuras caducas y expoliadoras que había constatado en sus recorridos y que abarcaban a la totalidad de la sociedad. A todo ello, se le suma la frustración que soporta al ver abatida lo que consideraba lo más auténtico de un proceso revolucionario, como fue el caso de Guatemala, país agredido e invadido por los poderes omnímodos de adentro y de afuera. Pudo directamente percibir la conjura de los poderosos y los métodos bárbaros dispuestos para hacer abortar cualquier expresión de cambio, aunque fuera lo más ínfimo.
La huella que deja en Ernesto, sumido en el tránsito de lo que serían con posterioridad sus posturas más radicales, la lucha revolucionaria, necesitó de un proceso en el que de nuevo afloran sus signos rectores, el escudriñar en el marxismo el papel asignado al sujeto como un ente activo capaz de actuar y luchar en aras de alcanzar algo mejor, pero esta vez acompañado de vivencias precisas y muy directas que le esclarecían el futuro de sus pasos.
Es en México, donde la casualidad histórica lo conduce al advenimiento de un proceso revolucionario y al contacto directo con su líder. Esa casualidad cobra forma, primero con la empatía que desde el principio surgió entre Fidel Castro y Ernesto, quien para siempre se convertiría en Che, seguido de la posibilidad real de participar en la lucha de liberación que el pueblo de Cuba se aprestaba a realizar para librarse de las garras de un tirano más.
En la preparación y en su posterior desempeño como guerrillero se conjuraba de nuevo la rebeldía con la «aventura», solo que esta vez de forma corpórea se manifiesta en su dimensión exacta, cuando al responderle, ya en plena Sierra Maestra en 1957, a su compatriota Ricardo Masetti: «Estoy aquí, sencillamente, porque considero que la única forma de liberar a América de dictadores es derribándolos. Ayudando a su caída de cualquier forma. Y cuanto más directo mejor».[6]
La lucha emprendida dentro de la Revolución Cubana lo hacen un combatiente ejemplar, puesto a prueba en tácticas y estrategias diseñadas para disímiles acciones, pero lo más relevante es la posibilidad que se le presentó en la práctica de discernir entre el valor real de la lucha en aras de acabar definitivamente con cualquier injusticia cometida y en aquilatar el futuro de sus acciones: «…tenía que llegar a una serie de conclusiones que se daban de patadas con mi trayectoria esencialmente aventurera; decidí cumplir primero las funciones principales, arremeter contra el orden de cosas, con la adarga al brazo…» [7]
De la Revolución cubana y la construcción socialista: «Nuestro sacrificio es consciente»
La posibilidad de acercarse al Che, en unas breves líneas, a través de lo que le aporta a la Revolución cubana y lo que a su vez ésta le aporta, resulta en extremo difícil porque estaríamos faltando a una verdad histórica irrebatible, es en ella y por ella que logra acercarse a un peldaño superior en su trayectoria como revolucionario.
Qué significado real tuvo para este inveterado rebelde su presencia comprometida con la Cuba revolucionaria, cuando en cartas de despedida a sus padres y al propio Fidel en 1965, precisa la médula misma de su conducta y entrega: nada han cambiado sus esencias, salvo que era más consciente y su marxismo más enraizado y depurado, y por otra parte, la satisfacción de haber vivido días magníficos y el orgullo de pertenecer al pueblo cubano en momentos cruciales de su historia.
Esas razones pudieran ser simples y de hecho lo son, porque hablan de entrega y de orgullo y pasan por la subjetividad de las vivencias, pero cuánto de contenido encierran, sería la ruta a tener en cuenta para comprender la satisfacción de la entrega por medio del ejemplo, la creatividad de su pensamiento para hacer avanzar un proceso que sentía como suyo y su espíritu de compromiso en la multiplicidad de tareas y funciones que desempeñó. En todas resaltan la coherencia del revolucionario que vislumbra la necesidad insoslayable de avanzar con pasos propios sin mecanicismos ni idealismos voluntaristas, por medio de las armas que sabía infalibles si se empleaban correctamente.
Un elemento primordial en ese inmenso quehacer y que muchas veces no se mide con la intensidad que debiera, es el breve período en que transita el legado que dejara en su afán por construir el socialismo en Cuba. Apenas bastaron seis años, de 1959 a 1965, para que brotara el caudal teórico-práctico acumulado en su etapa formativa y su progresiva madurez, empeño que muchas veces se minimiza más por desconocimiento que por certeza, pero que no se debe ni puede ser excluido, porque en ello radica el sustrato que posibilitó un avance superior, compelido por la construcción de todo un pueblo empeñado en barrer con su pasado.
Dra. Ma. del Carmen Ariet García
Centro de Estudios Che Guevara
Notas:
1.- Aleida March de la Torre: Evocación, Editorial Casa, La Habana, 2008, p. 159.
11.- Ernesto Che Guevara: Che Guevara presente, ed. cit. en nota 3, p. 357.
12.- Aleida March de la Torre: Evocación, ed. cit. en nota 1, p. 184.
por Ma. del Carmen Ariet
A propósito de la publicación de Ernesto Che Guevara, en la Colección Vidas Rebeldes de la editorial Ocean Sur
Es importante destacar el sentido y la verdadera esencia de la Colección Vidas Rebeldes dentro del proyecto editorial Ocean Sur, que va desde la selección de los personajes que la integran hasta el contenido elegido para ilustrarlos. Un signo distintivo es precisamente el modo y manera en que todos y cada uno de ellos ha dejado una huella con su pensamiento y acción que los hacen sobresalir y en muchos casos ser paradigmas y ejemplos, aunque en su tiempo muchos no hayan sido asumidos como tal, precisamente por su enfrentamiento y conductas transgresoras.
En el caso del Che, pudiera parecer fácil la selección de los materiales a editar, porque para muchos representa el símbolo de la rebeldía sin discusión de ningún tipo, pero a la vez resulta contradictorio, aunque parezca paradójico.
Hay que partir de un principio más preciso y es que el Che es esencialmente un revolucionario. Por supuesto, rebeldía y revolución van de la mano pero —y este pero es necesario destacarlo—, ejemplos de rebeldía pueden citarse muchos y sin embargo no culminan su ciclo como revolucionarios en su sentido integral, es decir hacer de la rebeldía y la revolución un binomio que conduzca a cambios profundos y transformadores y que tenga repercusión en la humanidad, aun cuando no se lo hayan propuesto, es algo bien distinto.
En la Introducción del libro hemos pretendido cronológicamente demostrar lo anterior, sobre todo por la manipulación y tergiversación que sus enemigos han intentando, desde siempre, con etapas y acciones de su vida. Creo que en el siglo XX ha sido una de las figuras más denostadas y no es por elección simple que lo han perseguido y denigrado permanentemente, sino todo lo contrario, porque representa la coherencia, el ejemplo y el valor necesario para enfrentar poderes superiores poniendo por delante “el pellejo para demostrar sus verdades”, como les escribiera a sus padres en la carta de despedida.
Si de alcance se trata, me parece que esa expresión convertida en realidad es lo suficientemente contundente para medir el alcance de la verdadera rebeldía guevariana.
Por eso, en un libro como este dedicado esencialmente a los jóvenes, la selección de sus escritos tenía el compromiso de introducirlos en etapas y ejes temáticos capaces de sustentar lo fundamental de su vida y acción, no con un sentido lineal simple sino con el objetivo de demostrar la dialéctica interna que desde muy joven le imprimió a su comportamiento y que cada lector pueda sentir que la bandera enarbolada con su imagen se corresponde con el símbolo que se había representado o imaginado sobre el Che, incluso aceptando el halo romántico que emana de su imagen hermosa y soñadora que tanto gusta a los más jóvenes.
Esto último me parece importante, porque muchas veces se emplean consignas, definiciones o conceptos para caracterizar al Che que pueden ser muy atractivos, pero tenemos obligatoriamente que preguntarnos, primero, si expresan su verdadera dimensión y si son entendidos para los tiempos que vivimos, y después, cómo asumirlos sin distorsionar sus reales propósitos.
Para mí eso es esencial, porque en nuestro ámbito continental se están produciendo cambios y procesos, yo diría que históricos, y nuestros jóvenes tienen la obligación de entender dónde se encuentran y cómo actuar, mirando de que lado está el deber —parafraseando a Martí, nuestro héroe nacional—. El Che puede ser y es, sin dudas, un referente obligado porque sintió y vivió como nadie lo latinoamericano, el dominio imperial, la frustración y humillación de nuestros pueblos originarios y además pensó y actuó dejándonos un legado imperecedero, pero, quizás por ello, se está en la obligación de conocer ese legado sin falsas reproducciones ni esquemas preestablecidos de conductas obsoletas ni de simbologías banales.
Solo así se pondrán entender los pequeños destellos que fue dejando en sus escritos desde épocas tempranas y que se van expandiendo y cristalizando hasta dejarnos un pensamiento marxista creador y antidogmático, consecuente con su praxis esencialmente humanista y solidaria.
Che desde su propia voz, sin mediadores, sin tergiversaciones, sin visiones esquemáticas
Lo expresado anteriormente no es una tarea fácil, porque los jóvenes están sometidos a un bombardeo permanente de los medios, muchos de los cuales están pagados para ofrecer una imagen contraria a lo que hemos expresado y seleccionado en el texto. Incluso, lo más difícil es cuando queriendo brindar una imagen positiva se distorsiona al asumir textos o imágenes elaborados con un supuesto sentido moderno y atractivo para los adolescentes y jóvenes, pero que representan o conducen a todo lo contrario y que los aleja del verdadero sentido de su vida.
Este es un gran problema, porque nosotros tenemos la obligación de subvertir esas distorsiones y no siempre contamos con los recursos y los medios a nuestro alcance ante tanto poder mediático. ¿Cómo trasmitir el verdadero sentido y significado del Che “aventurero”, del guerrillero, del hombre de pensamiento esencialmente humanista enfrentado al icono abstracto repleto de colorido e inalcanzable en que muchas veces es convertido? Todo esto está presente cotidianamente, los que lucran con la imagen con aparente inocencia, los que escriben panfletos como oraciones solemnes inalcanzables, supuestamente positivas, pero que provocan un daño casi al nivel de los que tergiversan su ejemplo y su obra.
Entre otras razones, es lo que explica la labor principal del Centro al decidir como principio básico publicar al Che por el Che, editando documentos inéditos con el propósito de ir cerrando el paso a las falsedades y tergiversaciones presentes en la casi totalidad de las biografías escritas, sistematizando su pensamiento y los principales ejes temáticos que lo distinguen.
En esa línea se inscribe el libro de Vidas Rebeldes, síntesis de algunos documentos imprescindibles de lo publicado en nuestro proyecto editorial, para cumplir con un propósito fundamental, entregar a los jóvenes la palabra viva, primero de Ernesto y después del Che como un instrumento de pensamiento y acción para su acervo cultural y revolucionario.
Las fases integradoras del proyecto de cambio social concebido por el Che
Aunque el material escogido pretende destacar los rasgos más sobresalientes de su pensamiento desde su primera juventud, en el balance siempre sobresalen los componentes esenciales del Che revolucionario y por consiguiente su interpretación de la realidad latinoamericana y tercermundista con un sello muy particular, cuya herencia indiscutible se entronca con la Revolución cubana y su participación como dirigente dentro de la misma.
La figura y la relación indisoluble con Fidel, su experiencia anterior con América Latina en sus recorridos juveniles, sus reflexiones en cómo enfrentar el socialismo en las condiciones concretas de los países subdesarrollados, su visión y análisis en torno a los problemas y desviaciones que presentaba el modelo del mal llamado “socialismo real”, el papel del imperialismo como centro de la hegemonía de poder y la forma de combatirlo; esos y otros análisis de igual relieve fueron conformando y delineando fases de cambio en una evolución lógica por las que se debía transitar si nos proponíamos alcanzar un mundo más humanizado par todos.
Por supuesto, esas fases no fueron trazadas por el Che independientes unas de otras y mucho menos excluyentes, porque su validez estriba en la dialéctica en que fueron moldeándose, dónde se entrecruzan, se fundamentan y complementan, es decir que, si primero logramos visualizar una concepción integral de cambio para América Latina, de forma continua se van incorporando otros elementos más abarcadores en los que se van insertando los problemas y realidades que afrontaban los países tercermundistas y las formas en que debían encauzar el proceso de transformación en una lucha conjunta a escala global.
Ese esfuerzo, que abarca un ciclo breve en su trayectoria revolucionaria, bastó para sustentar pautas futuras de unidad e integración bajo una óptica diferente si los países ricos se negaban a sustentar y a apoyar nuevas políticas de desarrollo para los países pobres. El llamado al entendimiento de los poderosos con el objetivo de adquirir compromisos económicos que permitieran encauzar el desarrollo de los más desposeídos sin tener que recurrir a la lucha, encontró, como históricamente siempre ha sido, el rechazo y el enfrentamiento, poniéndose en evidencia lo que tantas veces había pronosticado el Che, la necesidad de plantearse el camino del cambio a través de la confrontación armada si deseábamos alcanzar la emancipación plena.
Puede que para los jóvenes ese llamado no alcance la fuerza ni el convencimiento en que fueron expresados en esos tiempos por el Che y los revolucionarios de esos años, sin embargo si se examina el momento histórico en que encontraron fundamento, la agresividad de las respuestas del imperialismo y sus aliados para barrer generaciones completas que estaban dispuestas a luchar por un mundo mejor, las tácticas para reimplantar un capitalismo salvaje a los países que salían del colonialismo y los sometidos al neocolonialismo, en fin la barbarie a escala planetaria, entenderían con mayor claridad las reflexiones del Che a la convocatoria de lucha, porque de desoírla correrían ríos de sangre y sufrimiento y pasarían muchos años para alcanzar la verdadera liberación.
El internacionalismo antiimperialista del Che ante las nuevas estrategias de integración en América Latina
En ese análisis resurge con una fuerza indestructible su Mensaje a la Tricontinental, publicado cuando estaba luchando ya en Bolivia, y cobra especial significación el internacionalismo, que en su caso particular contiene un sello muy propio al definir claramente su carácter antiimperialista, sustentado no solo en un discurso político construido a lo largo de su vida, sino en una praxis política consecuente con su peculiar modo de enfrentar el capitalismo y transitar hacia un mundo éticamente construido para todos.
De lo expuesto pueden extraerse lecciones indiscutibles, muchas de las cuales fueron combatidas y rechazadas por quienes estaban obligados a mirar con luz de futuro, y tampoco sin negar posturas extremas sacadas fuera de contexto y alejadas de sus realidades, las que a la larga produjeron más daño que acciones efectivas. Todas esas contradicciones, aprovechadas por los poderes hegemónicos sin excluir ningún método, han impedido durante mucho tiempo alcanzar una visión certera del camino que debíamos emprender, sumado al golpe estremecedor que significó la desaparición del socialismo como sistema, más allá de errores y desviaciones imperdonables.
Sin embargo, a pesar de lecciones tan amargas, ¿qué explica el resurgir desde finales del pasado siglo de nuevos acontecimientos y figuras en América Latina, por ceñirnos a nuestro ámbito, que están empeñados en recuperar, en palabras del presidente Chávez, nuestra “primavera democrática” y que están tratando de reconstruir nuestra verdadera integración bajo los principios esenciales de la cooperación, la solidaridad y la plena justicia social?
Es precisamente ahora, aunque algunos estrechos de mente no lo compartan, que el Che cobra mayor validez y actualidad sobre todo para los jóvenes que enarbolan su bandera de héroe legendario, cuando desde el Mensaje a la Tricontinental nos alienta a continuar: “…si todos fuéramos capaces de unirnos […] ¡qué grande sería el futuro y qué cercano!”