La actualidad de Ernesto Guevara
Esta crisis que puede asociarse, sino a una etapa luctuosa para el capitalismo, sí a un proceso de senectud, que lo coloca en un grado de extraordinaria impotencia frente a los problemas actuales de la humanidad y sobre todo a los problemas del futuro inmediato, al multiplicarse en pocos años la población mundial, nos plantea la necesidad de impulsar en nuestra América Latina un activo proceso de legitimación y desarrollo de los debates que tienen que ver con el poscapitalismo y, por lo tanto, de las propuestas socialistas y comunistas como alternativas probables para el desarrollo de caminos que permitan a la humanidad superar las contradicciones, cada vez más difíciles de salvar, que el capitalismo en su actual etapa nos presenta.
Este desafío de carácter teórico militante exige a todos los sectores de izquierda con responsabilidad afrontar con decisión el rescate del pensamiento de Marx, de Lenin, seguramente de Gramsci, pero sin duda, y sobre todo para los latinoamericanos, rescatar el pensamiento del Che Guevara desde su base, es decir, desde la propia exhortación para que, desechando toda indolencia teórica, ejerciéramos el método dialéctico de la crítica a las contradicciones de la realidad que nos tocara vivir.
Venimos de un período en que el pensamiento del Che fue, me refiero en este caso particularmente al PCA, valorado intensamente como contribución a la lucha por soportar a pie firme la ofensiva de la contrarrevolución conservadora y su discurso único encabezado por la teoría del fin de las ideologías, del socialismo, del marxismo, de las revoluciones, del fin de la historia.
A ese momento de cierto auge en el esfuerzo teórico, de estudio del pensamiento del Che Guevara en todo el continente, arrancando por Cuba con el proceso de rectificación de errores, y para nosotros con la continuidad de los análisis que se imaginaron en el 16º Congreso, le sucedió un proceso de cierta dejadez e indiferencia teórica de la izquierda revolucionaria, que correspondió a los años de auge del neoliberalismo, que no solo fueron de auge económico, sino también de ofensiva en el terreno ideológico cultural. Ese legado nefasto del neoliberalismo que perdura, genera grandes condiciones para el desarrollo de posiciones ideológicas reformistas, que de manera abierta o encubierta se apoderaron de sectores intelectuales, de la vida política, de la industria mediática y cultural, del sistema universitario y académico sin que, debemos reconocerlo, hayan encontrado suficiente respuesta de los marxistas críticos.
En este aniversario del Che, entendemos que debemos proponernos un rescate que nos ayude a hacer más sólida nuestra crítica en aspectos fundamentales, en primer lugar, profundizar el esclarecimiento respecto del carácter decididamente criminal y peligroso del imperialismo, que se corrobora día a día, ya sea desde el descubrimiento de evidencias que plantean al “11 S” como un montaje del imperio para justificar el lanzarse a nuevas agresiones y guerras contra los pueblos, con acciones tan terribles como las cárceles secretas, los vejámenes y torturas a prisioneros en Guantánamo y el horror de presentarnos la agresión a Libia como “bombardeos humanitarios”.
Es importante recordar en este terreno que el capitalismo en su nivel de desarrollo imperialista no sólo mata, tortura y utiliza gente para matar y torturar, sino que se vale de toda su potencia y sabiduría cultural para formar y construir un sistema de hegemonía basado en las ideas, en los consensos de las pautas del sistema, lo que nos obliga a una batalla de ideas para enfrentarlo y derrotarlo. Otro aspecto es la estricta vinculación que el Che planteaba para América Latina, de la lucha antimperialista y las revoluciones de liberación nacional a los cambios de estructura, es decir, a la marcha hacia el socialismo, superando las deformaciones etapistas que caracterizaron al pensamiento marxista en nuestros países durante un periodo extenso, lo que debilitó la perspectiva revolucionaria.
Sin duda, en este marco de la lucha por la revolución es necesario rescatar con fuerza el combate contra el Estado capitalista y por el poder del proletariado que replanteaba con fuerza el Che, siguiendo a Marx y Lenin y las enseñanzas de la propia Revolución Cubana. Y siempre en estrecha vinculación con el análisis sobre la necesidad de constituir el sujeto revolucionario, estudiando adecuadamente las condiciones en cada país sobre la base no sólo de la clase obrera, sino también de sus aliados de la ciudad y del campo. Un sujeto social que actúa como componente de las condiciones objetivas y factor principal de las condiciones subjetivas para concretar la revolución.
Y por supuesto, la idea del Che de que abolir las condiciones de explotación del hombre por el hombre y crear nuevas formas de relaciones de producción debía ir acompañado de un esfuerzo consistente por parte del sujeto colectivo del cambio para avanzar en dirección a un humanismo socialista, comunista, superador de la moral y la ética demagógica de la burguesía.
En los días que corren en la Argentina asistimos a una campaña que apunta a, ya no sólo comercializar al Che como atractivo turístico, sino que, y esto es lo más peligroso, a romper su profunda relación con el proceso cubano en lo que sería supuestamente un noble objetivo, que es argentinizarlo. Lo particular de esta situación es que el Che se hizo Che como protagonista de una revolución, que es la Cubana, por lo tanto, es bueno que moderemos nuestras ínfulas localistas y que mantengamos al Che como cubano argentino y argentino cubano, para preservarlo en su raíz de identidad que es la revolución.
Quizá no sea hoy lo fundamental, como en los 90, rescatar la vigencia del pensamiento revolucionario contra la intencionalidad capitalista de liquidar su memoria. Es probable que afrontemos ahora una discusión mucho más ardua y sofisticada, un fuerte debate entre reforma y revolución. Seguramente esto será así porque la crisis capitalista pone a nuestro continente y a sus procesos progresistas ante la evidencia de que transformaciones que no sean profundas y estructurales, aunque pueden ser valorables y totalmente defendibles, no son condición suficiente para impedir que en un proceso de agresión imperialista contra los cambios en curso estos puedan revertirse y se produzca una reinstauración de enfoques de carácter regresivo.
La discusión entre radicalización o restauración de las derechas con políticas similares al Consenso de Washington es probable que se ponga a la orden del día. En tal situación, el reformismo, así como ha sido hasta ahora un aliado de mucha importancia, cuyos avances nos proponemos defender en pro de imprescindibles profundizaciones ulteriores, podría convertirse en un rival de fuste, dado que el reformismo rechaza total o parcialmente reconocer la necesidad, no sólo de profundizar el camino recorrido, sino de cambios estructurales, para lo que es necesaria una lucha política revolucionaria.
La explotación es una realidad puesto que la burguesía es la propietaria de los medios de producción, de las fábricas y de las tierras, mientras que los trabajadores no poseen más que su fuerza de trabajo.
Los reformistas pueden llegar a aumentar los salarios, pero se niegan, no sólo a socializar las fábricas y los bancos, para devolverlos a sus verdaderos propietarios, es decir, quienes producen la riqueza, el pueblo trabajador y explotado, sino que incluso en momentos de crisis pueden sentirse tentados a morigerar su espíritu de cambios, los avances en sueldos, salarios y jubilaciones, es decir, la mayor y necesaria distribución en pro de un mercado interno mucho más amplio, que, sin duda, será una de las mejores recetas para enfrentar la crisis que también tocará a la Argentina en el próximo periodo.
Casi inevitable es el rechazo del reformismo a la teoría marxista del Estado que sostiene que éste es un instrumento clave de las clases dominantes para mantener la explotación y la dominación, asegurando la propiedad privada sobre los medios de producción.
Por su parte el reformismo sostiene que el Estado de la burguesía es neutral y que puede ser utilizado a favor del pueblo, incluso dentro del socialismo, por lo que no habría necesidad de cambiarlo radicalmente o destruirlo.
En este debate con el reformismo nos enfrentamos al desafío de la negación irreconciliable de la lucha de contrarios que éstos plantean y, por lo tanto, la negación del salto cualitativo, revolucionario, para crear una situación nueva.
Crecerán las prédicas sobre que es posible quedarse con lo bueno del capitalismo, rechazando lo malo y abonarán todo tipo de tesis sobre las terceras vías como solución a los problemas de nuestra Patria, apelando a términos como capitalismo serio, inclusivo, humanizado.
En su voluntad de respetar la propiedad privada, el mercado, la ley del valor, como pilares de la civilización capitalista, trabajarán para reproducir la vida burguesa asentada en el fetichismo de la mercancía y en la alienación.
En las actuales circunstancias, en que de la mano primero del Mercosur, luego de la Unasur, del Alba y próximamente de la Celac, ha habido una fuerte tonificación de la integración entre nuestros países y un crecimiento muy importante del internacionalismo entre nuestros pueblos.
Será bueno recordar e insistir que para el Che el internacionalismo y la liberación del imperialismo eran parte del choque a muerte entre el capitalismo y el socialismo, no existiendo fricciones entre la causa socialista y la causa antimperialista, o dicho de otra manera, entre los procesos de liberación nacional y los procesos de avance hacia el socialismo.
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